'MARX EN LAVAPIÉS'. Añoranza, cerveza y estilo



CRÍTICA DE TEATRO

'Marx en Lavapiés'
Dramaturgia: Benjamín Jiménez de la Hoz (basada en 'Marx en el Soho', de Howard Zinn)
Dirección: Victoria Peinado Vergara
Compañía: TurliTava Teatro
Teatro de la Puerta Estrecha (Madrid). Hasta el 29 de junio

Adaptar una obra – y más a teatro- tan compleja como ‘Marx en el Soho’, del fallecido Howard Zinn, no era tarea sencilla.  Permite dejar  constancia, una vez más, que la compañía TurliTava no se acomoda en su condición de ser una de las formaciones revelación del  año pasado y continúa investigando y realizando producciones que se salen del formalismo que expone la angustiosa cartelera teatral  en la actualidad.
Desde la adaptación, realizada con tino y suspicacia por Benjamín Jiménez, ya se establece esa conexión entre ambos tiempos –el que conforma lo que fueron y en el que están a día de hoy- de los personajes y sus situaciones en lo referente a una actualidad tan conocida por todos y que no lastra en absoluto el significado de la obra original. Las nuevas aportaciones imprimen mayor ritmo a las réplicas y consiguen que todo sea aún más reconocible.

La dirección de Victoria Peinado Vergara es sumamente hábil. Pese a tener la obra un alto contenido político, ha sabido conjugarlo con unas dosis de humor que hacen que el espectáculo avance con un dinamismo notable. La propia adaptación del título es ya una declaración de intenciones. El principio es crucial para establecer el pacto de ficción con el espectador. En un patio tan entrañable como sugerente se realiza una presentación de los personajes en la que se descubre que Marx es encarnado por una magnífica Beatriz Llorente. Lo que sería ese referente de barbas que puede tener el espectador se cae en ese instante para captar la atención de inmediato, en un cambio que incluso permite ver a la figura del autor de ‘El capital’ de un modo más entrañable. Este modo de actuar es equiparable al de las introducciones de las películas de James Bond, en las que se presenta al personaje para después ya dejarle campar a sus anchas.

A continuación –con cerveza de regalo- se pasa a la taberna aparentemente clandestina en la que  sucede la acción. De nuevo, otro acierto. Los actores se pasean entre el público y le hacen partícipe de muchas de sus decisiones y esto consigue atrapar al espectador. Resulta de mucha utilidad que los actores no estén regidos por unas marcas en sus acciones. Les permite no mostrarse encorsetados, van y vienen según sea la situación de cada escena.

Los personajes de Marx y Bakunin se adaptan a sus nuevos cuerpos no sin dificultad. Marx pasa de ser ese hombre grande, barbudo y ‘ciertamente machista´ a transformarse en una mujer combativa. Parece el mismo proceso que utiliza Kureishi en su relato ‘El cuerpo’, pero en Marx todo tiene mucho humor. Bakunin, interpretado con rotundidad y versatilidad por Francisco Valero, ofrece a ese anarquista –intenta reclutar afiliados entre el público- que sigue siendo y que se enfrenta sin pelos en la lengua a un Marx que, evidentemente, no es marxista. Su trabajo evoluciona para ir transformándose en ese anarquista con tintes de okupa que podría ser en la actualidad. Como punto de conexión en la balanza que une a ambos amantes de la lucha que se odian se encuentra la hija predilecta de Marx, la combativa  Eleanor, interpretada por la sugerente Nora Gerigh, que pone mesura en las guerras internas de Marx y Bakunin. Su interpretación va evolucionando –incluido monólogo emotivo- hasta llegar a ser ella la que controla cada una de las acciones y pone fin a cada arrebato de grandeza de cualquiera de sus compañeros de taberna. Son muy ingeniosas sus discusiones familiares, en las que se aprecia –quizá sea uno de los motivos de su transformación- el comportamiento de Marx con su mujer o con las parejas de su hija. Estos duelos dialécticos ofrecen una clara radiografía del modo en que vivía y su evidente egoísmo emocional. El número musical que forman los tres personajes está muy bien introducido y sirve para relajar enfrentamientos y limar añoranzas.

No hay que olvidar que se parte de un texto en prosa y el conseguir el dinamismo y la fluidez de todo lo que exponen los actores convierte a ‘Marx en Lavapiés’ en una obra que saca partido a cada acción. Los momentos más ásperos políticamente hablando resultan en ocasiones un tanto largos pero se combinan con destreza con el humor de unos personajes que a veces parecen haber regresado al patio de colegio –con pelea incluida-.  Toda esta combinación de elementos se ve favorecida por la iluminación de Enrique García, que ensalza esos momentos digresivos consiguiendo crear ese ambiente propio de taberna algo difuso que incluye tintes dulces, como en el monólogo de Eleanor. La escenografía de Jana Pacheco funciona bien, pero es posible que se hubiese podido sacar aún más partido de ella integrándola de un modo más activo en el desarrollo del montaje.

‘Marx en Lavapiés’ es una obra tremendamente viva. La labor de dirección ha conseguido que cada representación vaya creciendo por el oxígeno que ha generado en su puesta en escena. La obra interroga y comunica el pasado con el presente, posiblemente demostrando que todo es cíclico. Montaje con fuerza que, al igual que los personajes con sus cervezas, brinda con el público por reflejar que, con producciones como esta, el teatro nunca estará en crisis, al menos desde una perspectiva creativa y crítica.
IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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