'RUTA 6.8'. Saber leer mapas


CRÍTICA DE TEATRO

'Ruta 6.8'
Texto y dirección: Eva Redondo
Compañía: Nueve Novenos
Escenario: Utopic_Us (Madrid)

Lo importante al leer un mapa o al hacerlo no es saber cuál es la ruta desde un punto al otro. Lo principal y lo difícil es interpretar el camino, saber lo que espera en cada recodo, dónde descansar o qué lugar rodear aunque pueda parecer de antemano el camino más corto. Más importante que indicar una ruta es que señale cuál es el trayecto más adecuado para cada viajero.

Eva Redondo propone justamente esto mismo. El espectador, en grupos de seis dirigidos por el portador del mapa, debe recorrer una ruta por ocho escenarios distintos. Se sumerge así en un espacio envolvente que de manera íntima comparte con los diferentes actores y escenas en las que en numerosos momentos se rompe la barrera entre intérprete y espectador, incluso trastocándose y dando la sensación, de manera nada incómoda, de que el personaje es el observador.

‘Ruta 6.8’ propone un tipo de espectáculo que en los últimos tiempos está en auge. Es una proposición, además, por partida doble, pues se trata de un ‘Site Specific’, un montaje pensado para un espacio muy concreto y muy característico. El espacio Utopic_Us lo es y, además, saben aprovecharlo al integrar al público por un lado y, por otro, jugar con las escenas cortas, independientes, en lo que se denomina microteatro o teatro mínimo.

Pero allí dónde es fácil caer en lo meramente formal, en el juego de la cercanía, convirtiéndola en un espectáculo tramposo para el espectador (hay muchos ejemplos de esto y, desde luego, algunos de lo contrario) Nueve Novenos da con la clave y apuesta por la importancia de cada escena, a las que dota de una entidad que hace que cada pieza se sostenga por sí misma.

El espacio, la cercanía y el juego que se propone no es lo fundamental de la obra. No hay nada al azar y no se trata de mera decoración. Al contrario, no sobra nada, y todo sirve para aumentar la coherencia del espectáculo. Lo que de verdad importa es lo que ocurre, lo que se dice en cada estancia, en definitiva, el teatro.

Si bien existe cierta desigualdad entre algunas piezas, que se acentuaría en todo caso por la gran calidad de algunas, cada estancia tiene algo que ofrecer al espectador, como grupo y como individuo.

Un cocinero desengañado, un empresario arruinado, un modisto en proceso de hundimiento, un amigo al que nadie llama. Son solo algunos de los ejemplos de los personajes con los que se encuentra uno en el recorrido. Una galería de fracasados y cínicos (en un magnífico trabajo actoral nada fácil) que sueltan al primero que le quiera escuchar, porque quizás es lo único que necesiten, toda su frustración y sus justificaciones, personajes que despiertan ternura e incomodidad al mismo tiempo.

Porque se trata de eso, detrás de ese juego que proponen de participación del espectador (sin acosarle, sin obligarle) se lanza una piedra que va creciendo, una sensación de que algo falla, que no todo es como parece a priori, que tras las risas -pues funciona en mejor en las piezas más cómicas- hay algo que nos hace dudar.

Esos discursos que en un principio se pueden tomar a beneficio del inventario de un perdedor que se queja y retirarse uno o indignado o encogiendo los hombros con una media sonrisa, dependiendo del grado de cinismo, frivolidad o provocación que pueda aguantar, van cavando en cada descanso, en cada espera entre escena y escena.

Lo que se discute, lo que se pone en duda y se le presenta al espectador no es el discurso del personaje, sus excusas o sus preguntas, discursos que a veces rozan lo reaccionario. Lo que se pone en duda es la manera, las excusas que pondría cualquiera frente a ellos.

No se trata de unir los dos puntos de la ruta sobre el mapa, sino interpretarla, saber cuál es el camino correcto, el que hemos tomado. 

BENJAMÍN JIMÉNEZ

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